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Aceptarnos a nosotros mismos es la base de la autenticidad, porque genera confianza para poder aceptar a los otros como son, de ahí nace el respeto y la tolerancia para construir relaciones saludables.
En ocasiones nos adelantamos a emitir juicios, nos dejamos llevar por las apariencias y antes de conocer bien a los demás, juzgamos, etiquetamos, sin darnos la oportunidad de conocer de corazón, su forma de ser, pensar y actuar.
De esa manera nos negamos la posibilidad de enriquecernos a través de la convivencia con otros, de tener comunicación, intercambio de información, ideas, emociones.
Creer en el otro es la clave para poder tener vínculos sanos, sinceros, para dejar de lado los miedos y prejuicios y abrirnos a las personas.
Escuchar y compartir información con otros nos enriquece el intelecto, nos ayuda a conocernos más a nosotros mismos.
Los lazos con cada una de las personas que interactuamos son distintos, depende de los vínculos que logramos establecer, algunos son pasajeros, unos más estrechos, pero todos nos ayudan a la hora de relacionarnos.
A lo largo de la vida existirán personas que nos lastimen por fragilidad, inocencia o descuido, nos causen dolor, sufrimiento, pero su paso por nuestra vida no será en vano, nos ayudan a fortalecer nuestro ser.
Muchas veces creemos que los demás nos causan dolor, nos lastiman, nos hacen daño, pero en ocasiones somos nosotros mismos quienes les damos el poder a las personas para lastimarnos.
Las buenas acciones generan entornos donde crecen y se fortalecen valores como el diálogo, la justicia y la responsabilidad.
Cuando hacemos una valoración de lo que entregamos en exceso y los límites que no supimos poner en algún momento, estamos de alguna manera tomando conciencia de nuestro actuar.
Existen personas, que nos sirven de espejo para mirar en ellos lo que muchas veces nos falta sanar, superar, trabajar en nuestro interior.
Aparecen cuando necesitamos ayuda, comparten sus conocimientos, nos enseñan, nos complementan, se da un enriquecimiento mutuo y profundo.
Nos hacen más felices y nos animan a perseguir nuestros objetivos, sueños, hacen que saquemos lo mejor de nosotros mismos.
Fortalecen nuestra autoestima, confianza, existe un entendimiento recíproco y nos ayudan a aprender a escuchar los deseos de los demás, comprendernos y actuar en favor de ellos.
Todas las personas que cruzan por nuestro camino tienen un propósito en nuestra vida, cada situación, cada experiencia que nos sucede, no es casualidad, sino que forma parte de nuestro plan de vida.