¡Querido viejito!
¿Te acuerdas cuando me ibas a ver a jugar fútbol a los 11 años? ¿Cuándo me obligaste a entrar a la universidad, a pesar de que quizás en ese tiempo no me sentía del todo preparado? O, ¿Te acuerdas cuando me regañaste cuando volví al día siguiente, sin avisar? ¿Te acuerdas de todo eso, papá?
Hoy, me he dado cuenta de que, gracias a esas acciones, soy lo que soy. A decir verdad, soy hombre con suerte por tener a un padre presente; que a pesar de todas esas discusiones que hemos tenido, y que seguramente vamos a tener, siempre vas a estar ahí, rompiéndote la espalda para que nuestra familia tenga un mejor mañana.
Siempre agradeceré el apoyo que nos diste, la preocupación que tuviste al ver que no llegábamos a casa a tiempo y el amor incondicional que nos otorgaste.
Sí, no todo ha sido miel sobre hojuelas, nos hemos equivocado tantas veces que no vale la pena hablar de eso, porque me queda claro que si no fuera por tus consejos, tus regaños y tu amor incondicional, no estuviéramos en el camino del bien.
Nos hiciste más fuertes de lo que hubiéramos imaginado, nos enseñaste a no darnos por vencidos sin importar que tan difícil sea la situación, nos hiciste tener autocrítica para que cada día fuéramos mejores y respetar la forma de pensar de los demás.
Como siempre me has dicho “no hace falta un día en específico para escribirle a alguien”, pero como tú sabes, siempre espero ese día para decirte, “¡GRACIAS POR TODO PAPI! ¡TE AMO!”.