Estamos por llegar a la mitad de mayo y sin duda un momento que no logramos superar es el tour "Cancionera": el camino por el que Natalia Lafourcade nos llevó a un sublime sueño lleno de arte, poesía y magia en una íntima presentación en el Teatro Metropólitan.
La noche del 2 de mayo, el Teatro Metropólitan abrió sus puertas para recibir a cientos de “cancioneros”, como Natalia Lafourcade llama con cariño a su público. La cantautora veracruzana se adueñó del escenario de este icónico recinto del centro de la Ciudad de México, no para ofrecer un concierto más, sino para regalarnos una experiencia profundamente conmovedora, casi espiritual: una oda a la música, una ceremonia de arte, poesía y magia sonora directa al corazón.
Desde el recibimiento, la atmósfera ya anunciaba que sería una noche distinta. El personal del teatro entregaba un pequeño programa que contenía las letras de las canciones. En el escenario, una decoración minimalista e íntima nos daba una pista clara: Lafourcade no necesita más que su voz, su guitarra y una propuesta sincera para ofrecer un espectáculo de alto nivel. Mientras el público tomaba asiento, una voz en off repetía: “Radio Cancionera”. Invitaba a apagar los celulares, abrir los sentidos y entregarse al instante.
A la tercera llamada, las luces se apagaron. Una luz roja cubrió el escenario. Entre música instrumental, apareció la silueta de Lafourcade, vestida con un atuendo que evocaba el cine mexicano de antaño y portando una flor amarilla. Desde ese primer instante, supimos que viviríamos una pieza teatral-musical inolvidable.
Con guitarra en mano, sonaron los primeros acordes de “Cancionera”, tema que da título a su más reciente álbum y su gira. Le siguieron “De todas las flores” y “Cariñito de Acapulco”. La puesta en escena, por momentos, recreaba el ambiente de una auténtica grabación de radio antigua, con un toque teatral encantador.
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Uno de los aspectos más significativos fue el silencio. No el incómodo, sino uno que abrazaba. Un silencio lleno de respeto, de atención absoluta. Cada nota y cada palabra eran escuchadas con devoción. Pero en cuanto sonaba la última nota de una canción, el teatro se desbordaba en aplausos, ovaciones y gritos cargados de emoción.
“Buenas noches, cancioneros y cancioneras. Ya llegué. Estoy aquí para celebrar la canción”, dijo Natalia en su primer saludo, alzando una botella de mezcal. “¡Salud! Tírenlo todo, déjenlo ahí, esta no es mi noche, es de ustedes”.
Aunque el acto principal del show fue su nuevo álbum, no faltaron los momentos de nostalgia; “Soledad y el mar”, "En el 2000", "El Pato" y “Amarte duele” fueron coreadas como himnos generacionales. Al terminar esta última, conocida por su presencia en la película "Amarte Duele", clave para toda una generación, alguien en el público gritó “¡Renata!”, provocando carcajadas en todo el recinto.
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El romanticismo también tuvo su lugar en esta velada con "Tu si sabes quererme" y “El palomo y la negra” el cual se convirtió en un acto colectivo cuando Lafourcade pidió al público enamorado que encendiera las luces de sus celulares. “Ustedes tienen un programa por ahí, ahí viene la letra, ayúdenme a cantarla, que tengo problemas de memoria”, dijo entre risas.
Uno de los momentos más conmovedores llegó con “Nunca es suficiente”, que dedicó “a los que están en la etapa de divorcio”. Los coros del público fueron, como ella misma dijo, un “curita al corazón”.
Para el cierre, Natalia eligió “Un derecho de nacimiento”, “La Bamba”, en homenaje a su tierra veracruzana y “Hasta la raíz”, que dedicó a su madre, presente entre el público. También agradeció a su equipo, a sus amigos (entre ellos Julieta Venegas) y a quienes han acompañado su carrera.
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Entre vestuarios sencillos pero simbólicos, una producción austera pero poderosa, y la pureza de su voz y su guitarra, Natalia Lafourcade reafirmó por qué es un pilar de la música mexicana contemporánea. Una artista cuya obra seguirá resonando y conmoviendo a generaciones enteras.