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Paul McCartney: El hombre que logró la eternidad

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Éramos nueve en las gradas y el sol se desquitaba en el rostro de mi hermana, "¿era necesario llegar dos horas antes?" lo incierto de la situación podría verse reflejado en que en cualquier momento una masa incalculable de espectadores irrumpiría al foro para presenciar a un hombre de muchos rostros. Para algunas personas representa el rostro de una inspiración musical bastante considerable, para otros la emoción de lo que alguna vez fue, tal vez para algunas personas es una conexión directa hacia una versión pasada de ellos mismos con la que solían sentirse más emocionados.

Foto: Lalo González / Grupo ACIR

Poco después la potencia del sol disminuiría y el foro incrementaría en espectadores, con la llegada de cada persona también llegaría un frío viento perdido entre temporadas; la última vez que chequé hacía calor. Las luces se apagaron y un rugido al unísono inundó los pasillos del lugar para probablemente nunca abandonarlos, el estallido emocional de los espectadores en la Ciudad de México es algo que hasta el momento me cuesta descifrar en palabras, sin embargo, lo más cercano podría ser la inmensurable presión auditiva de un avión a corta distancia, o tal vez un ruido desconocido, un ruido provinente del espacio exterior que nos resultaría imposible de interpretar.

Este ruido es uno que lo ha acompañado por décadas a todos los lugares a donde va, donde esté o se presente, es algo que lo ha seguido desde los años más tempranos de su vida. Uno podría llegar teorizar que esto en consecuencia deshumanizaría a muchos, pero probablemente a la edad de los 81 años él no tenga nada de que preocuparse. Con suerte este ruido lo acompañará hasta el final.

Cuando el estallido de las personas finalmente encontró un espacio para respirar, las luces del escenario se prendieron y se presentó en persona por primera vez en México desde hace 6 años, Sir Paul McCartney. Bajo eléctrico en mano y con su banda siguiéndolo, aprovechó la oportunidad de dirigirle al público un saludo informal pero sin perder ningún destello de cordialidad. Este es un saludo muy característico que solo ciertas personas en cierta posición son capaces de dar, es un saludo que dicta experiencia y confianza; una ligera proclamación con la palma en el aire que indica el profesionalismo acumulado de todos los años que ha hecho esto.

Cant Buy me Love explotó al igual que una bomba atómica en el Foro Sol, y todos estallamos con ello. Mientras lo presenciaba desde mi lugar en las gradas lo primero que realicé (y creo firmemente no ser el único en esto) es en el paso del tiempo, en toda la historia y todas las canciones que este hombre nos ha compuesto en sus 60 años de carrera. Esto se hace evidente a través de la lista de canciones que se escucharon en el foro, todos cantando al unísono Blackbird será una experiencia que rememoraré por décadas venideras. Let it be fue una que me conmovió en lo particular, por un momento todos fuimos capaces de soltar las cargas de la cotidianidad para unirnos en un himno que sugiere paz y aceptación.

Foto: Lalo González / Grupo ACIR

Cuando llegó la canción de Maybe Im Amazed, McCartney, a sus 81 años de edad, se sentó en el piano y comenzó a cantar un éxito que cuenta con 50 años desde que fue compuesto y fue dedicada para su primera esposa Linda McCartney. Mientras las manos del artista recorrían las teclas del piano y su voz de hombre considerablemente mayor luchaba por alcanzar las notas más altas de la canción (aunque la haya bajado de tonalidad) caí en un sentimiento no muy difícil de confundir. Es uno que convive con la nostalgia y tienta a cruzar una delgada línea para convertirse en algo esperanzador.

Algo que la edad nunca pudo vencer

El hecho de que este hombre se encuentre a sus 81 años en un escenario tocando el piano y cantando una canción que encima requiere cierto esfuerzo vocal es algo que conectó de una manera distinta con la audiencia (independientemente de que se hayan percatado o no), los espectadores pudimos apreciar los años de un hombre materializarse con cada sílaba que cantaba mientras que en la pantalla del escenario se mostraba la imagen de un artista joven, que acababa de tener a su prima hija bebé y la sostenía entre sus brazos.

Solo hacía falta recorrer milimétricamente la mirada hacia al otro lado del escenario para poder ver a ese mismo artista con más años de edad, que ha vivido lo suficiente para poder tocar en vivo una canción que salió al mercado hace 50 años y aún así logra resonar con el mismo impacto y el mismo sentido que hace 50 años atrás. Muy pocas personas que (al día de hoy) caminan en este planeta podrían contar con esa clase de fortuna.

Considero un privilegio (y una suerte de aprendizaje) el hecho de poder haber visto a este músico dos veces en vivo. Independientemente de la calidad musical (que es indiscutible) uno verdaderamente puede ser capaz de ser testigo de un hombre que ha logrado convertirse en una viva personificación de una muy bonita historia musical que hemos llevado como humanidad, y se merece el reconocimiento del mundo por eso.

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