Desde Ciudad Juárez se distribuyeron varillas para construcción radioactivas a lo largo del país y hasta la fecha no sabe que hogares fueron construidos con estos materiales contaminados.
El 16 de enero de 1984 comenzó esta trágica historia en el Centro Medico de Especialidades de Ciudad Juárez, cuando en 1977 el doctor Abelardo Lemus y su grupo de socios compraron una máquina de radioterapia equipada con una bomba de Cobalto 60, la cual tenía un costo aproximado de 16,000 dólares en aquella época. El Cobalto 60 es un isotopo radioactivo sintético que emite rayos gamma, el cual es utilizado para tratar a pacientes con cáncer, sin embargo, puede representar un riesgo enorme para la salud de ser mal manejado.
La falta de personal calificado para el uso y manejo de la unidad, y las dimensiones del mismo obligaron a los propietarios a almacenarla en una bodega durante 6 años sin ninguna protección o aviso de la delicadeza del mismo, por lo que si no se usaba, la prioridad era deshacerse de la unidad. Después de un tiempo el jefe de mantenimiento le regalo al empleado Vicente Sotelo Allardín la máquina para que “sacará para las sodas”, quién de manera inmediata desmanteló y vendió la unidad en el fierro viejo con ayuda de su amigo Ricardo Hernández.
“Ahora me salen con que violé el candado y cosas por el estilo, pero la verdad es que nunca nos avisaron que esa máquina tenía contaminación había muchas cosas arrumbadas: aparatos de ventilación, catres y todo eso y, la verdad, ni un solo letrero con una calavera o algo así”, indicó la revista proceso.
Los dos hombres golpearon fuertemente la unidad para desmantelarla, lo que provocó que perforarán el corazón de la bomba de cobalto, dejando escapar durante su traslado 6 mil 010 partículas del material radioactivo, según informó la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias. Una vez que terminaron de desbaratar el aparato procedieron a trasladar las piezas en una camioneta pick-up hasta un depósito de chatarra conocido como el Yonke, Fénix, donde les pagaron $1,500 pesos.
(Imagen recuperada de CNSNS)
“Cuando la llevé al yonke no vi que se le hubiera desprendido nada. Me acuerdo que de regreso se me descompuso la camioneta y la dejé durante dos días en una calle cercana al río, una vez que la arreglamos la estacioné fuera de mi casa y ahí duró unos tres meses porque me robaron la batería. Fue hasta después cuando se comenzó a hablar de que estaba contaminada y todo eso es ahí donde comenzaron los problemas, asegura proceso.
El material radioactivo fue vendido a varias empresas fundidoras de la zona, quienes usaron el material a partir del 14 de diciembre para la fabricación de bases para mesas y varillas de aceró corrugado. Se estima que unas 6000 toneladas de este material se distribuyeron en la mitad del país y una parte se exporto a los Estados Unidos, fue hasta este punto que el accidente se hizo público, debido a un camión que transportaba materia a Nuevo México, el cual detonó los detectores de radiación provocando que Estados Unidos emitiría una alerta México, para que la autoridades tomarán cartas en el asunto, sin embargo, la fuente no fue encontrada de manera inmediata tuvieron que pasar 10 días para que fuera encontrada la camioneta que traslado las piezas.
Al encontrarla los medidores de radiación arrojaron que algunas partes de la camioneta asciendan hasta 1000 rads, es decir esto equivale a 20,000 radiografías.
(Imagen recuperada de CNSNS)
Lamentablemente se estima que 1,000 toneladas de varillas fueron utilizadas en la construcción de hogares.
Al revelarse la magnitud y gravedad de lo acontecido la revista proceso público que Sotelo fue obligado por el director del hospital a firmar un documento, donde aceptaba que se había robado la máquina.
“Un día de enero vinieron como a las 12 de la noche a buscarme dos vigilantes del Centro Médico, me dijeron que me necesitaban en la chamba y fui allá , estaban con el doctor Lemus, el señor Méndez, que es el administrador del Centro Médico; el ingeniero Guerrero y un licenciado
“El licenciado me acosó a preguntas y luego me dijo que firmara una declaración confesando que yo había robado la bomba, al principio me negué a hacerlo, pero todos estaban encima de mí, gritándome y amenazándome, luego de tres horas acepté firmar.